Cuando se desata la tormenta

El tranvía viene con retraso, deciden caminar, él está impaciente, ella puede sentir el calor de su cuerpo junto al suyo. Apoya la cabeza en su hombro, él apoya la suya contra la de ella.

El cielo está claro, las hojas de los árboles se van acumulando en el suelo tejiendo un manto que crepita a su paso. Las ramas entrelazadas juegan a ocultar las nubes que se han quedado despistadas. El olor que anticipa la llegada del invierno los envuelve.

Ella sabe que nadie podrá llenar el vacío que va a dejar y aun así, lo deja hablar. Ligeras pausas en la narración delatan sus emociones, ella lo escucha con atención, su voz siempre ha sido su ancla. Siente que es la persona que más quiere en el mundo, hubiera querido quedarse quieta eternamente en su abrazo.

De pronto él vuelve la vista hacia ella como si fuera la primera vez que la ve, se para frente ella y entonces le cuenta la historia, esa, que ella no espera escuchar. Siente un nudo en la garganta. Hablan en silencio para no romper la magia o quizá para que no aflore el miedo a no poder escuchar el sonido de su corazón…

El amor de sus palabras calma la ansiedad que le aplasta el pecho. Las palabras que salen de su alma acarician su corazón como si pudieran borrar todos los malos recuerdos. Se cuela una sonrisa en sus ojos mientras lo escucha embelesada, jugueteando con una margarita entre los dedos.

-Estoy aquí, nunca me marché, tan solo anduve perdido. Eres mi presente, arriésgate a intentarlo, quédate a mi lado, no tengas dudas

Se abrazan, y se quedan así, abrazados hasta que la última luz del día desaparece. Se aferra a él con fuerza, llora ahora con alivio, los sollozos se convierten en suspiros.

Se miran, se besan y todo desaparece.

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