Las cartas que nunca se enviaron

Querido tormento mío:

Intento escribirte una carta, una carta de amor, de desamor, de desahogo, de alivio, de no sé qué en realidad. El ruido en mi cabeza me distrae constantemente y comienzo a dar vueltas y más vueltas a mis ya cansados recuerdos pensando en ti.

Hoy, a pesar del tiempo transcurrido, te sigo sintiendo aquí y en este momento me gustaría envolverme en tu abrazo, acoplarme al ritmo de tu respiración, pero ya despierta el alba de un nuevo día y tú no estarás.

Al escribirte intento sentir calma, pero tan solo siento un desgarro que me traspasa el pecho, entonces caigo en la cuenta; no siento nada, tan solo el silencio que apacigua mi alma vacía. ¿Sabes lo peor? La costumbre, acostumbrarse al silencio, a la soledad, a la resignación y al abandono, resulta insoportable asimilarlo. Y, aun así, un resquicio de algo abstracto que no sé definir se hace fuerte en mí, un mínimo sobresalto que acelera mi corazón, la posibilidad de agarrarme a un retazo de esperanza, pensar que todo aquello que vivimos, quisimos, anhelamos, soñamos, sentimos, no ha muerto, no ha quedado sepultado en el olvido, que no nos hemos convertido en una historia abandonada…

A veces tengo la desagradable sensación de haberme convertido en un pozo de indiferencia, pero sé que estoy equivocada cuándo pienso en ti, entonces todo cambia, los sentimientos se alborotan. Quizá con esta carta quiero revivir los recuerdos que una vez nos unieron o aquellos que nos separaron para siempre. Recuerdos, para mí omnipresentes, que me asaltan, invadiéndome con violencia, llenándome de desconcierto.

No dejo de preguntarme lo que quedó de mí en ti, lo que desapareció, los sentimientos que te inspiré y aunque sé que ya nada de todo aquello importa, mientras los recuerdos me recorren el alma, pienso ¿En algún momento evocabas mi rostro en tu memoria? O ¿Al pensarme, algo sucio y oscuro se posaba en tus ojos?

Podrías haber sido un amor cualquiera, pero no lo fuiste, o quizá yo me empeciné en convertirte en el amor de mi vida. ¡Ay, mis ganas de quererte! Y tanta vida esperando, añorando, necesitando y cuánto dolor me he causado.

Me pesa tu recuerdo, lo reconozco y aun así todo me ata a ti, es lo que hace latir mi corazón. Quizá un día ocurra, el tiempo pueda cubrirlo todo de capas de olvido para borrar tu huella dentro de mí.

Mientras tanto, cerraré con esmero esta carta siguiendo la frágil línea de la doblez y la guardaré con las otras muchas cartas que te escribí y nunca te he enviado.

Te echo de menos,
Tu princesa.

P.D: Sigo enfadada contigo porque no estás aquí, nunca vas a estar, por morirte y dejarme sola, seguiré enfadada contigo y seguiré enfadada contigo el tiempo que me quede a mí.

Comparte este poema...

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *