Se colaba por la ventana el olor a húmedo de la tierra. Cerró los ojos, no quiso pensar en lo que estaba por venir ni como podía evitarlo.
Así ha de ser había comprendido al fin.
Antes de eso, la memoria se le había vuelto amarga, la desesperación la agobiaba. Sintió ganas de llorar. La noche cayó con lentitud, descubrió su silueta en el jardín a contraluz. corría la brisa que refrescó el aire enrarecido del día que se iba. En el cielo empezaron a anidar las primeras estrellas, sería una noche clara. Escuchó, el silencio atenta a los crujidos de la casa que parecían susurrarle palabras que no llegaba a entender, pero que le recordaban lo sola que se sentía.
Espantó al llanto que amenazaba con desbordarse como una presa llena de gritas. Abrió una ventana, necesitaba tomar el aire, sentir la brisa en su rostro, inspiró hondo y se llenó de los olores de la noche. Se recostó en la mecedora y se dejó llevar por el balanceo suave que le regalaba.
Miró al horizonte deseando que los fantasmas del pasado se desvanecieran, percibió con mas nitidez el silencio que la abrazaba. Incapaz de ordenar los sentimientos sintió que necesitaba gritar, pero se ahogaba en todas las palabras que no podía articular.
El silencio era una tortura que le recordaba los dolores que no habían terminado de cicatrizar y no la dejaban volver a soñar. Poco a poco el cansancio la fue adormeciendo, pero el sueño no llegaba del todo y la mantuvo en un dulce duermevela, mientras trataba de resolver como se solucionaría todo.
Quiso salir de su ensueño pero el miedo a la realidad pudo más, así que decidió que el tiempo lo arreglaría todo. Cerró los ojos y se durmió plácidamente.
Retorno la calma.