Perdida en él
no lo vio, no hubiese
podido.
Sumida en la tiniebla
no reconoció su luz,
pasó por alto las sombras
sigilosas, silenciosas.
En esos días oscuros
no encontraron un instante
para hacerse infinitos
y la vida les pasó por delante.
Su voz le sonó
como una danza
que ya había bailado
infinidad de veces.
El dolor emanó,
se sintió vacía.
Le habría hecho falta
un momento de pausa,
un momento de paz,
coger aliento y poder
impulsarse.
Enredada en sus propios
miedos le costó reprimir
las lágrimas,
e intentó atenuar la sensación
de ausencia que supo
que ya sería abandono.
No pudo llamarlo amor
pero sus poemas
le dieron vida.