Desesperadamente, mi noche más triste

Perdida en él

no lo vio, no hubiese

podido.

Sumida en la tiniebla

no reconoció su luz,

pasó por alto las sombras

sigilosas, silenciosas.

En esos días oscuros

no encontraron un instante

para hacerse infinitos

y la vida les pasó por delante.

Su voz le sonó

como una danza

que ya había bailado

infinidad de veces.

El dolor emanó,

se sintió vacía.

Le habría hecho falta

un momento de pausa,

un momento de paz,

coger aliento y poder 

impulsarse.

Enredada en sus propios 

miedos le costó reprimir

las lágrimas,

e intentó atenuar la sensación

de ausencia que supo

que ya sería abandono.

No pudo llamarlo amor

pero sus poemas

le dieron vida.

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