Las coplillas de mi abuela

A San Antonio bendito

con devoción y fe

una vela prendí.

Pero para no dejarle

todo el asunto al santo,

al pasar por tu lado

te sonreí.

Un suspiro de mi pecho

se escapó:

¡Ay amor, mi amor

amor mío!

Y tú,

 te perdiste en mi mirada,

cuando el suspiro te alcanzó.

Y volviste a perderte

todas las tardes

que a tu lado pasaba.

Y de tanto perderte

encontraste el amor

que yo te daba.

Ahora, tengo que decirte,

no me mires.

Que miran que nos miramos

y al mirarnos

comprenden que nos amamos.

He crecido escuchando a mi abuela cantando sus coplillas, mientras me enseñaba a bordar o hacía sus tareas. También he crecido admirando a esa bendita mujer que Dios me dio para aprender de ella.

Ella que, como muchas otras, nacieron con el siglo, que vieron pasar por sus ojos y por su vida lo que nosotros hemos aprendido de los libros. Mujeres valientes que pasaron una guerra, que las apartaron de sus seres más queridos, que pasaron la posguerra trabajando como mulas para sacar adelante a sus hijos y sacarlos de la miseria. Mujeres fuertes que nunca perdieron la fe y la esperanza. Que soñaban como nosotros y anhelaban las mismas cosas. Que a pesar de todo nunca perdían la sonrisa, y que en el ocaso de sus vidas fueron, al menos eso espero, queridas, admiradas y respetadas.

Para todas ellas, este poema.

Comparte este poema...

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *