El abrazo de la soledad

Se abrió a la soledad

y la soledad le gustó.

Lo hacía cuándo

la realidad le aburría

para que los ojos

no se le llenaran

de lágrimas.

Entre el corazón y la razón

sus pensamientos

quedaban suspendidos

en otras realidades

así, intentaba despegar

de su alma

ese dolor enquistado,

que era como una fotografía,

que dura toda la vida.

Pensaba en una vida nueva

que quería nacer,

una nueva vida sin heridas

sin amarres,

una vida ligera,

sin pesos, sin lastres,

una vida vacía.

Se alejó de todo

y de todos

para dejar de sufrir,

a un lugar lejano

donde intentar

sufrir un poco menos.

En las noches sin sueño

le sobrevenía el vacío.

Melancolía y desesperación,

pues nunca sabría lo que

las palabras herían.

Pero su paz

era superior a todo

y su tranquilidad

le daba seguridad.

Abandonó sus recuerdos,

aprendió a comprender,

halló la paz

en el silencio.

Se deshizo de la ira

abandonó los reproches

se olvidó

de las preguntas sin respuestas,

del inmenso dolor

que le causó

el abandono.

Aprendió a vivir

sin penas propias

ni ajenas.

Le bastaban

sus certezas,

y con ellas se quedó.

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