Lágrimas azabaches

Siempre llora, y un pájaro solitario llega volando al quicio de su ventana y alegre se pone a cantar, no sabe por qué le recuerda a él.

Llora por tantos años perdidos, derrama lágrimas, solloza, noche tras noche se va llenando de lástima el corazón, la asfixia, se va enraizando en su alma.

Un nudo en la garganta, un nudo que ata otro nudo.

Le esperó estaciones enteras, el viento, se llevó sus preguntas que no le devolvió ninguna respuesta. Se fue sin más, sin despedirse y se quedó sola, acompañada de la oscuridad y el eco de sus palabras resonando en su interior.

La dejó perdida en algún lugar en medio de la nada. Ya no quedaba nada de él que la hiciera sentir a salvo. Sintió por primera vez la tristeza, a partir de entonces ese sentimiento iría unido a ella, como el calor ardiente del verano pegado a la piel.

Maldijo a la soledad, que olvidarle no le dejaba. El silencio fue su opción, lo dio todo por perdido. Con el rostro surcado de lágrimas se entregó a su pena, empezó a percibir que su resistencia se quebraba mientras se perdía en su recuerdo.

Respiró hondo y miró al cielo encadenada al mutismo, de repente todas las estrellas se volvieron fugaces. Algo se removió en su interior y sintió que necesitaba un momento para poner en orden su universo. Rumores de vida la acosaron, “Lucha, no te dejes vencer”. Se dio cuenta de que el silencio no la llevaba a ninguna parte.

Encontró cientos de razones para abandonar sus recuerdos, esos que la acosaban. Eran trozos, retales de su vida y los fue guardando en cajas imaginarias en lo más profundo de su memoria.

Se tragó su tristeza, la resignación reemplazó a la melancolía. Diluyó todas sus ilusiones con el agua salada de sus lágrimas, las últimas que brotarían por el pasado, para asumir el control de lo incontrolable.

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