Había una puerta entreabierta.
Una brújula
que no marcaba
ningún punto,
no había magia,
ni misterio.
El cielo era una mitad,
días teñidos de amargura,
aguas mansas, aguas oscuras.
Un cielo triste,
un mar frío,
un viento cruel,
lamentos de anhelos
sepultados.
Cartas desesperadas
perturbando hojas en blanco,
el vacío creciendo.
Palabras escondidas
amargas memorias.
Había un océano negro
que agrandaban la distancia
en el que todo se fundía
y se confundía.
Un reloj vacío sin cuerdas
ni manecillas,
un beso que marcó el final
de todo.