He levantado un muro, lo he ido construyendo con tus silencios y ausencias.
A veces, te acercas sigiloso e intentas atacar, crees, que aún quedan frentes abiertos, conoces mis debilidades, a veces, hasta consigues provocar pequeñas fisuras, que no se convierten en grietas porque yo las vuelvo a tapar con mis ganas de no verte, las tapo con más fuerza para no puedas ganar la batalla, para que no puedas entrar en mí ni un resquicio de ti.
Conseguiste que el color de los recuerdos se pintase de ocre, que el calor se tornara en frío.
Ya me cansé de tanta lágrima y suspiro, ahora tan solo puedo concentrarme en reforzar los cimientos de mi fortaleza.
Por eso, no escucharé tu voz, tus palabras que todo lo llenan de vacío, tus cantos de sirena que me arrastran hasta el fondo para que yo luche a contracorriente nadando para deshacerme de tu abrazo salado, me dejo envolver en la espuma de las olas para que me lleven a tierra, a la orilla, para estar a salvo de ti.
No te haré preguntas para las que no tendrás respuestas, no volverás a mis pensamientos.
No traspasarás estos muros altos, fuertes y recios, no volverás frágil mi mundo. No conseguirás derrumbar mis murallas. No tenderé puentes, mi fortaleza no podrás cruzar, ni acercarte, será un camino de arenas movedizas lo que encuentres para alcanzarme. No invadirás mis sueños. No me engullirás.
Mi fortaleza es tu fragilidad, tu debilidad por mí, me hace fuerte, por eso, te acostumbrarás a ver un abismo en mis ojos, a que un agujero negro y profundo sea mi corazón, todo para ti será oscuridad.
Te acostumbrarás a que mis manos sean de acero, frías, duras y cortantes.
En ti quedará mi rabia, no tendré ni piedad ni ternura, la impotencia y la desesperación invadirán tu vida, también te acostumbrarás.
Yo, casi siempre seré feliz, tú casi nunca.